Guerra fría pasivo agresiva
Octavio y Antonio nunca se llevaron bien, pero sus diferencias se volvieron insalvables.
Dejaba la semana pasada a un Marco Antonio derrotado. Su campaña contra los partos fue un desastre que le hizo perder un cuarto de su ejército, poca cosa. Salía mal parado, algo que podría aprovechar Octavio para ganarle terreno. Al fin y al cabo, ambos se encontraban a la par tras los últimos acontecimientos.
Además, el triunviro que controlaba Oriente tuvo que enviar un informe al Senado sobre su campaña. ¿Te acuerdas de que los informes iban a ser importantes? Porque este iba a marcar un antes y un después.
Iba a ser la demostración de que tanto el propio Marco Antonio como Octavio resolverían sus diferencias en el campo de batalla.
Y en esta ocasión los soldados no presionarían para una nueva reconciliación.
El aroma de la debilidad
Mientras Octavio se enfrentaba a Sexto, se mantuvo al tanto de las andanzas orientales de su compañero de triunvirato. No quería perderse nada de lo que le sucediera, fuera bueno o malo.
Primero llegaron las noticias de las entregas territoriales a los reyes que dependían de Roma. Esto no causó especial revuelo en la capital, ya que se entendía que era algo normal y necesario.
De hecho, ni siquiera la relación entre Antonio y Cleopatra provocó un escándalo.
Verás, para los romanos de alta alcurnia o dedicados a la política, el matrimonio no era más que un trámite. Les ayudaba a ganar poder o a retenerlo y el amor no solía entrar en la ecuación. Así que, si el marido tenía alguna amante, tampoco era el fin del mundo. Incluso si le daba varios hijos.
No obstante, a Octavio no le pareció bien la relación con la reina de Egipto. La veía como un insulto a su hermana Octavia, quien a estas alturas era de los pocos obstáculos que separaban a los romanos de una nueva guerra civil. Ella, en su papel de esposa romana ejemplar, se mantuvo fiel a su marido pese a todo y se dedicó a defender sus intereses.
Entre otras noticias que llegaron de Oriente, estaban los rumores de descalabro en la campaña parta. Llegaban cartas de legionarios donde contaban el hambre que pasaron, la larga caminata y las pérdidas de compañeros. Música para los oídos de Octavio.
Pero más le gustó el informe que envió Antonio al Senado.
Su contenido solo decía una cosa: victoria. Los romanos, una vez más, se alzaban triunfantes contra un formidable enemigo.
Pero Octavio sabía o intuía que aquella no era la verdad. Y estaba dispuesto a demostrarlo con suma sutileza.
El principio de la fractura
Como bien sabes, la relación entre Octavio y Antonio nunca fue cordial. Ambos, desde el principio, lucharon por controlar la facción cesariana y por ser el más popular. Eso llevó a varios desencuentros y desplantes, aunque nunca fue a más. Había que vengar a César.
Pero el éxito de ambas figuras, tanto por suerte como por habilidad, fue tal que terminaron por quedar el uno frente al otro. La oposición republicana no existía, Lépido estaba fuera de juego y solo quedaban las excusas.
Cuando Octavio se enteró del informe y vio su contenido, se paró a pensar en la situación de su compañero. Determinó que, pese a la gravedad del asunto, tan solo era un contratiempo.
Sin darle mayor importancia, aceptó el informe como cierto y no puso pegas a que se hicieran celebraciones, sacrificios y festivales por la victoria. Seguía sin gustarle que su rival ganase más fama e influencia, pero todavía tenía que mantener la pantomima.
Eso sí, en lo que tocaba a honrar el acuerdo de enviar refuerzos a Oriente si eran necesario, Octavio, para variar, no se mostró especialmente cumplidor.
¿Te preguntas el porqué? Bueno, en vez de enviar las cuatro legiones prometidas, el hijo de César mandó a su hermana con regalos para el Estado Mayor de Antonio. También iba con dinero, provisiones para la tropa y 2000 soldados de élite. Todos ellos vestían espléndidas armaduras y se les encomendó la misión de proteger al triunviro. ¡Ah!, también devolvió 70 barcos de los 120 que recibidos antes de ir a por Sexto.
Como ves, había un cierto recochineo que Antonio notó.
Entendía que Octavio no creía en la veracidad de su informe, que algo debía saber sobre lo ocurrido en Armenia. Al fin y al cabo, no le enviaba las tropas prometidas, pero sí alimentos y pertrechos para las que tenía. Además, no le permitió reclutar nuevas legiones en Italia.
Buena parte de lo pactado antes de la campaña parta quedaba en nada.
Ante tal desplante, otro para la colección, Antonio envío una carta a Octavia que esta recibió en Atenas. El contenido consistía en órdenes para su esposa. Le instaba a que retornara a Roma y que devolviera todo lo que llevaba consigo. Ella obedeció sin más.
La fractura entre los triunviros crecía.
El lento camino hasta Accio
Tras tantos acontecimientos, Octavio seguía con problemas (¿Quién se libra del todo de ellos alguna vez?). El primero y más importante era su reputación, que no era la mejor. La población albergaba un fuerte resentimiento contra él. Les había sometido a impuestos, por su culpa pasaron hambre y sabían que era un tanto cobarde.
De hecho, la opinión pública tenía en cuenta que el hacedor de la victoria contra Sexto fue Agripa. Él conquistó los enclaves del norte que permitieron el paso de tropas del continente a Sicilia y fue el responsable de la victoria en Nauloco. Además, recordaban el pobre desempeño de Octavio en Filipos, quien permaneció oculto en el pantano mientras estaba convaleciente.
Si te has fijado, el bueno de Octavio solía enfermar antes de las batallas importantes. Fuera por causas reales, por la presión del momento o por hipocondría, bastaba para denotar cierta cobardía. Al menos, la gente era muy consciente de su capacidad de resistencia, algo que alababan.
Pero no era suficiente para alcanzar el duro corazón del romano medio. A ese lugar solo podía accederse de una forma: el ensanchamiento de la gloria de Roma. Y esto requería la conquista, el saqueo y el dominio de pueblos bárbaros.
Y a esa tarea se puso Octavio con total devoción.
Te vuelvo a ver en siete días.
Feliz y productiva semana.