A la conquista de Sicilia
Octavio, tras prepararse a fondo, vuelve a la carga contra Sexto Pompeyo
Los preparativos se desarrollaron durante el 37 a.C. y la primavera del 36. A lo largo de los meses, Agripa ganó la experiencia que necesitaba y preparó una gran flota. También planificó el ataque a Sicilia con sumo detalle, todo para que Octavio obtuviera la victoria que tanto ansiaba.
Y no era para menos: se estaba jugando mucho.
Eliminar al hijo de Pompeyo no solo equivalía a quitarse una molestia, sino que también significaba acabar con un rival político. Además, el heredero de César lograría una victoria militar en solitario, lo que contribuiría a apuntalar su poder y prestigio. Así, si Marco Antonio vencía a los partos, no tendría nada que envidiarle, y en caso de que perdiera, su posición mejoraría considerablemente.
Pero vencer a Sexto no iba a ser una tarea sencilla pese a que sus fuerzas fueran inferiores. Al fin y al cabo, Neptuno seguía de su lado.
El plan de batalla
Agripa ideó un plan que consistía en atacar Sicilia con tres flotas que partirían desde diferentes puntos. Una, dirigida por Octavio, saldría desde Puteoli, la segunda lo haría desde Tarento y la tercera de África comandada por Lépido. Por fin entraba en escena el tercer miembro del triunvirato, y lo hacía a lo grande:
Contaba con 1000 barcos de transporte, 70 buques de guerra, 16 legiones y un destacamento de caballería númida para atacar Sicilia desde el sur.
La campaña arrancó el uno de julio del 36 a.C. con la esperanza de vencer a Sexto gracias a la superioridad de los triunviros, ya que el hijo de Pompeyo disponía de unos 300 barcos y 10 legiones, pero estaba acostumbrado a luchar en inferioridad de condiciones y conocía bien el temperamento del Mediterráneo.
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Lépido lleva la delantera
Lanzado el ataque, Lépido consiguió apuntarse un tanto al hacerse con el puerto de Lilibea al oeste de Sicilia. Una vez que consolidó su posición en la isla, se puso en contacto con Sexto para mantener abiertas todas las opciones. Nadie podía asegurarle que Octavio saliera victorioso, sobre todo después del descalabro que ya había sufrido.
El heredero de César solía tener a la Fortuna de su lado, pero esta se olvidaba de él en el campo de batalla, y no iba a hacer la excepción ahora.
El tres de julio una nueva tormenta forzó que tanto la flota de Tarento como la comandada por Octavio tuvieran que replegarse. El triunviro buscó refugio en una bahía, pero el viento y el fuerte oleaje hicieron que sus barcos se acercaran demasiado a la costa o chocaran entre sí. Una vez más, veía a sus navíos irse a pique, aunque pudo salvar buena parte de ellos.
No obstante, si quería tener alguna posibilidad de victoria, necesitaría reparar los barcos dañados, lo que le llevaría a frenar las operaciones durante un mes. En caso de producirse cualquier retraso, tendría que esperar al año siguiente, pues la temporada de guerra concluía al llegar el otoño.
Además, con el pasar de los días las noticias del nuevo desastre de Octavio llegaron a Roma. La población, harta del gobierno de los triunviros y de las penurias de los últimos años, comenzó a ponerse del lado de Sexto. Ni siquiera la propaganda conseguía emborronar la derrota.
Entonces, para evitar que su posición siguiera empeorando, Octavio envió a Mecenas a Roma y él mismo recorrió Italia para tranquilizar a población y en especial a los veteranos. Había que transmitir el mensaje de que solo se había producido un inconveniente; de paso aprovechaba el tiempo mientras reparaban su flota a marchas forzadas.
Cuando los barcos estuvieron listos, el triunviro no esperó un año para volver a atacar, ya que no tenía otra opción. Detener la guerra significaba que los romanos pasarían hambre un invierno más.
Reconduciendo la guerra
Hubo que cambiar el plan inicial por uno más agresivo. En vez de atacar la isla desde tres puntos, el objetivo ahora era desembarcar la mayor cantidad de tropas posible y conquistar con ellas enclaves importantes para el enemigo, como era Mesina. Sin embargo, antes de poner pie en tierra, había que atravesar el mar y exponer a los legionarios a un ataque de Sexto.
Para evitar un nuevo desastre, era indispensable crear una distracción al norte de Sicilia para que el hijo de Pompeyo concentrase allí su flota. Esto daría una oportunidad para atravesar el estrecho de Mesina desde Regio a Taormina con un mínimo de seguridad. Además, Lépido traería refuerzos desde África para sumarlos a la conquista de la isla.
Las operaciones empezaron con la pérdida de dos de las cuatro legiones que provenían de África, ya que fueron interceptadas por el enemigo.
Mientras tanto, Octavio se encontraba en el golfo de Squillace, en el tacón de Italia, acompañando a su ejército. Desde su posición logró ver un gran número de embarcaciones de Sexto, lo que le llevó a reconsiderar sus planes originales.
Si los navíos enemigos estaban tan lejos del estrecho, implicaba que la protección allí era mínima. Así que, Octavio le entregó el mando de la flota a Agripa para unirse a su ejército en tierra firme.
Al día siguiente, Agripa se enfrentó a la flota rival en el puerto de Mylae (Milazzo en la actualidad), la derrotó y capturó el enclave, pero no persiguió al enemigo. Pronto iba a caer la noche y los barcos se estaban replegando de manera ordenada, así que el general decidió no correr riesgos innecesarios. La victoria era una recompensa más que suficiente.
Y el hecho de que Sexto se retirase con calma tenía una razón: se había dado cuenta de los planes de Octavio.
Aprovechando la noche, se dirigió a Mesina y dejó allí un destacamento para confundir a su enemigo. Luego se escondió y esperó a que el triunviro comenzase el transporte de tropas para atacarle desprevenido.
La huida a Italia
Octavio dudaba si pasar sus legiones aprovechando la noche, algo muy peligroso, o esperar a que amaneciera. No obstante, cuando se enteró de la victoria de Agripa, decidió hacer el traspaso al llegar al día. Si su amigo había logrado tal hazaña, el final de la guerra estaba próximo.
Al poco lograba desembarcar a sus soldados y rápidamente se puso a levantar un campamento. Pero en esos mementos, Sexto apareció por el norte con su flota y por el sur lo hizo su ejército. Había cogido desprevenido por completo al triunviro, algo que otro general hubiera aprovechado para acabar con la guerra, pero el hijo de Pompeyo no lo hizo.
En vez de infligir una derrota decisiva, sus tropas acosaron a las del enemigo mientras levantaba el campamento. Esto hizo que Octavio delegase el mando en Lucio Cornificio, uno de sus partidarios más antiguos, para dirigir personalmente su flota, aunque no arrió su estandarte, sino el de almirante con el fin de pasar desapercibido.
Tras dos combates encarnizados, el triunviro volvió a sufrir una derrota. Numerosas galeras fueron capturadas o incendiadas, mientras que otras escaparon hacia Italia. Octavio no sabía muy bien qué hacer en un primer momento. Tenía dos opciones: navegar a Sicilia para encontrarse con Cornificio o ir al continente. Tras pasar de barco en barco durante la noche, decidió buscar las costas de Italia.
Partió con un único barco y le persiguieron hasta la misma costa. Creyó que le iban a capturar y su desesperación fue tal que se preparó para quitarse la vida, pero, por suerte, llegó a la orilla tras eludir a sus perseguidores.
Estaba sano y salvo, aunque su situación distaba de ser la mejor. Era de noche y su única compañía era la de un portaestandartes.
¿Cómo consiguió salir de esta? Te lo cuento la semana que viene.
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